La vi bajando otra vez del bus. Viernes 9:00 de la mañana tomaba desayuno agachado en unos de esos micro-locales de comida al paso y la vi de nuevo. Hace trece días que vengo aquí porque siempre la veo bajar y siempre me aguanto las ganas de hablarle. Hace trece días que tengo el estomago resentido por tanta comida barata que ingresa a el. Dos soles cuarenta diario por un vaso de quinua y dos panes con palta. Dos soles cuarenta para simplemente verla bajar del bus.

Intencionalmente me acerco para preguntarle la hora, huachafada más común entre los busca-mujeres que ella no evita misteriosamente. ¿Tú siempre tomas desayuno ahí verdad? Y el cielo escampó en el momento que me tuteó. Sí, dije conmovido mientras ponía una cara de imbecil perdido entre el azul de sus ojos. Sabe que existo por lo menos y yo - taradísimo - le pregunto la hora.

Ella me empezó a indagar. Qué hacía por la vida mientras me preguntó mientras caminabamos por la calle. Se le notaba apurada y volteaba de vez en cuando, como queriendo percatarse de que nadie nos seguía. Yo, en cambio, taciturno me sentía excitado de poder caminar junto a ella despues de trece días de espía como si el local del desayuno fuera mi persiana americana. Yo la seguía y ella me dirigía con voz de mando, tratando que la conversación no sea trivial ni aburrida.

Ni cuenta me di cuando llegamos al parque Fátima y ella mencionó una notaría como lugar de trabajo; yo, más absorto aún, no comprendía por qué bajaba 9 cuadras antes de su destino, 9 cuadras antes de despedirse de su acompañante casual, preguntón de la hora. 9:00 de la mañana y la veo bajar del bus, hoy tampoco me atreveré a lanzarle palabras, será el día catorce.

El payaso acaba la funcion y me dispongo a cambiarme. Por Dios me espera la abuela con uno de sus deliciosos almuerzos, ¡caray!, se me hace tarde. Subitamente quisiera llegar en este instante con un traje azul a su fiesta de gala, que es un almuerzo más pero conmemoramos sus 93 años. Ella llegó hace mucho de Yurimaguas y poco fue estableciendo su historia en la que ahora es mi residencia.

Tantos años en la asociación hicieron que sus comidas adquirieron esa particularidad de nombre. Desde el extranjero llegaban sus hijos, sobrinos, nietos, yernos, nueras, primos, todos para degustar los exquisitos platos que diseñaba para cada cumpleaños. Son 93 hoy y, en algun momento puedo recordar alguno. A los 72.

Mi hermana y yo llegamos tarde de la universidad y afanados tuvimos que subir a un microbus para dirigirnos a su morada. Sorpresa que los nietos del hijo mayor lleguen tarde. En casa nos encontramos con la tia Inmaculada y su familia. Inmaculada era la unica hija de la hermana menor de mi abuela. Tenía cuatro hijos, dos de los cuales nos acompañaban en esa reunión. Mis ojos esa noche vieron un agasajo pequeño, con piqueos, vino, pollo, torta y otra torta que al final destrozaron mi estomago por una semana. Luego de ese pequeño agasajo los primos - mis tíos y la tía Inmaculada - se dispusieron a conversas de la coyuntura nacional mientras que nosotros, los primos, nos congelábamos entre miradas frías de quien mira a un desconocido. Al final el tío Remigio dijo que ya irían y todos felices nos despedimos.

Al voltear hacía el estéreo se nos puso triste la cara. En el alboroto la abuela se había olvidado de compartir el alfajor que nosotros - sus queridos y alaucitos nietitos - le habíamos comprado quince minutos antes de llegar a su casa. Chicos de Ultima hora.

Mientras degustábamos el gran alfajor - delicioso por cierto, haciendo gala de la asociación - a la abuela se le salieron unos sinceros deseos.

- Ojala hijos que siempre vayamos juntos hasta la muerte.
- No seas mala mamá, apenas te aguantamos aquí y quieres que no vayamos contigo.

Carcajadas como siempre en la casa de los Salvatierra, Luchito empezó ese rato con las anécdotas de la abuela. Grande Tío.

Paseaba y sus cabellos se mecían de un lado al otro en mi cabeza, simplemente caminaba, otra vez, solo, una ciudad para mi, para que mis pensamientos y mis pequeños miedos se hicieran realidad. Claroscuro. Sigo mi rumbo como cuando la conocí. Esperé simplemente que todo sucediera, yo me aproximé a sus labios y ella hizo lo mismo, dos segundos de sensación de libertad, que toda la fiesta se ha ido y que nadie esta, todos están. Ese día la conocí de verdad, y hoy se encuentra ausente y sigo solo por Pallallerne buscando una salida, un simple signo que me diga donde doblar y por donde llegar. Avenida blanca a mi derecha y simplemente no quiero recorrerla voy por sitios que nombran santos y mirones, por sitios que apenas y pensaba transitar, es una casualidad, es una certeza, tenia que conocer algun día esos antepasados. Los pies me queman, quiero ya avanzar, llegar a mis aposentos, pensar en ella y dormirme viendola dormir. La indescicion de ciertos personajes ronda cerca, mano levantada.
- A huaylas, subiendo el malecón.
- Diez
- Ya, ya, vamos.