Foto by Belezeta

La mesa vacía, simple y llanamente vacía. Los vasos caían desparramando la sangre y los líquidos que absorbíamos minutos antes. Los gritos pegados a las paredes remecían toda la habitación. Mis pupilas cada vez se dilataban más acaso buscando encontrar las razones de tu comportamiento.

Cuando el primer vaso tocó el piso tu manos me cogieron del cabello y apenas pidieron permiso para sacudir mis mundos interiores en tres segundos de incontables desequilibrios. ¿Y si despertamos? La felicidad se desvanece y la diversión se convierte en tormento, en terror, en soledad y, sin querer, en depresión.


A la tercera vuelta me dijo que ya no aguantaba más, que se estaba mareando y que mejor no diéramos más vueltas en lo que restaba de la canción. Mis ojos se clavaban en los suyos y solo asentían disimuladamente.

La pista estaba llena, de todas las partes de la ciudad habían bajado los parroquianos a celebrar las fiestas patrias en una de las más exclusivas discotecas. Todo a favor, desde hace mucho tiempo que no hablaba con Serena.

Ella se había separado de su esposo hace tres años, pero yo no la veía desde hace unos diez. Nunca habíamos tenido una conversación por celular más larga que medio minuto, y cuando me llamó para decirme que llegaba a la ciudad me sorprendió tanto que le propuse salir uno de los días que pasaba por aquí.

La discoteca ardía de sudor y baile mientras nosotros apenas habíamos empezado a conversar sobre la vida, de nuestras carreras, de sus hijos, de mis metas y de las anécdotas más graciosas de nuestra época universitaria. Desde jóvenes siempre habíamos bailado poco entre nosotros, pero el amor por la salsa hizo que nuestros pies pidieran sabor y movimiento.

Era una salsa de Rubén Blades, Decisiones, la bailamos desde principio a fin y continuamos así durante casi la media hora de salsa que el sonidista había preparado para esta noche. Luego de la tercera vuelta, luego de que me dijera que ya no podía más, una salsa sensual entró en la pista y nos tomamos de las manos como a tiempo de vals. Mi mano izquierda rozaba apenas sus dedos de la mano derecho. Su otra mano se posaba levemente sobre sobre mi hombro mientras mi mano derecha poco a poco se fue acercando a su cintura, esa exquisita cintura. La música fue cayendo poco a poco, las parejas se sentaban se esparcían, no importaba nada, todo se callaban  incluso ella, eramos solo los dos los que importábamos. Por un momento se me pasó por la mente decirle que se quede. Que se quede para siempre bailando conmigo. 

Acabó la canción, el sonidista empezó con mezclas de rock, nos sentamos, pedimos la cuenta, ambos estiramos la mano para coger el recibo, nos tocamos.

- Todavía no, dijo ella.
- Esta bien, pero te esperaré toda la vida.