Imagen por Zyan

Tiemblo. Son cigarros los que se consumen a mi alrededor. Arctic monkeys toca en el celular y mi pensamiento y mis dedos solo desean una escribir algo especial: Teresa. ¿A caso sin darme cuenta la cagué, otra vez? La quiero. Es muy dificil estar a ocho horas en autobus de ella. Es muy dificl pensar en este instante. Un capuccino y dos cigarrillos se han encargado de stressarme la mente sin siquiera poder elaborar un lo siento. ¿Es apenas una cuestion de honores?, le debo mucho a ella y lo sé. Apenas puedo equilibrar mi mente entre la realidad y lo que siempre quise conseguir. Mis dedos siguen temblando y me persigno. Aún creo en Dios y en su divina bondad, aún creo que todo tiene solució y en algún camino mis pensamientos se van a despejar de tanto humo pasivo que inhalo. Mucho daño para tan solo una noche, para tan solo unas horas. Ella siempre esta presente como espina que domina mis pensamientos. No lo puedo negar que necesito que me trate bien, ahora apenas siento su cercanía. Pues la has cagado sin querer hombre, la has cagado. Sin pensarlo camino en este espanto de pantano cruel que se llama indiferencia. Se me acusa de cambiar, de ese "estas diferente" que pronunció antes de que todo este lío mental se armara en mi mente, antes de que las cosas se nublen en mi cabeza por la cafeína, la nicotina y la desazon de sentirme relegado al puesto de stand by en su corazon. El llanto ajeno me conmueve en ciertas ocaciones, mi llanto no existe. Yo no nací para llorar y mi madre lo sabe, me moría cada vez que lo intentaba. Ahora tampoco puedo quebrarme, moriría en el intento y hoy no quiero quemar mi ultimo cartucho. Este zarrapastrozo corazón todavía es capaz de darte un sorpresa. Es capaz de sentir que no me alejo de sus ser y que ese stand by es producto de la soledad. Esa soledad de la que habla Calamaro y Benedetti, y que ambos me proclaman a través de un miserable pero salvador mp3. Esa sensación no puede ser transmitida en parrafos. Este es mi pensamiento tal cuel se me ocurre describir entres tembladeras.

Tito Miranda subio al omnibus en Salaverry. Con destreza se acomodó la guitarra y empezó a calibrar su voz al ritmo de Lavoe. "Yo soy el cantante..." Apurado y con desordenes mentales recorría las teclas de mi morotolla como Tito rasgaba las seis cuerdas de su instrumento, dejé de escribir y por primera vez escuche bien la letra; la versión acústica de un clásico de la salsa hizo que concentrara mi atracción en Miranda, dejara el celular en la pierna y decifre lo que realmente significaba el canto.

No duró mucho, creo que no concluyó la canción, al rato pasó a una de Marc Anthony que poco gusta a mi padre. Dejé de atenderle mientras terminaba de escribir un sms. Se animaba sólo, como si subir al omnibus le proporcionara un escenario libre para dedicar las canciones que le vienen al alma y simplemente su público apenas amenice su viaje.

Cuando Tito Miranda sube a un bus nadie aplaude, nadie si quiera se percata de su presencia si no lo ve correr para el chofer lo deje subir, si no eleva la voz y se presenta como todo un artista de recorrido por la Av. Salaverry, si no empieza a rasgar la guitarra y deleita a todos con su voz.
Cuando terminó de cantar una especie de salsa sensual abrió un gorrito que colgaba en la guitarra. Mano al pecho caballero, dejo otra vez el celular en la pierna y cincuenta céntimos se dejan caer. Se escucha un gracias y sigue su ruta bendiciendo a los que humildemente apreciamos la música.