Imagen por Belezeta |
Los jueves de estreno se nos había hecho costumbre ir al
cine para probar qué había de nuevo en la cartelera. Nos volvimos cinéfilos y
cada vez que podíamos nos escapábamos un fin de semana a un almacén de
piratería a consumir todo lo que la industria no nos podía conceder a un precio
razonable. Dormíamos películas, soñábamos películas, respirábamos películas,
consumíamos películas, veíamos películas. De todo esto aprendí a valorar la
compañía de la persona que amas y deseas que se mantenga a tu lado el resto de
tu vida para que, cuando viejo, te acompañe y te proteja.
Las primeras señales aparecieron luego de ver una película
animada. Los colores y las texturas no nos dejaron satisfechos, sosteníamos que
no tenía importancia discutir sobre el tema técnico, pero me había raído tanto
con la proyección que salvaba todos los defectos por el resultado de un
producto ameno. Ella no. Ella, terca y cerrada en sus palabras, sostenía que la
falta de aspectos técnicos le restaban todo a la cinta. “No puedes tener
intención de algo y luego echarte atrás porque no lo pudiste pulir.” – esas eran
normalmente sus palabras -. A partir de esa discusión tonta no pude comer ese
día y dormí en el sofá, solamente porque empezamos a agrandar al situación y terminé
cantando a viva voz que su película favorita – Una del cineasta Rodrigo Díaz -,
no me gustaba en absoluto y me parecía una pérdida de dinero producirla y
filmarla.
La segunda señal fue encontrar luego de muchos años, y aún
parada en la puerta de su casa frente al cine, a Solei. La encontramos de
casualidad un día que salíamos de una película que nos dejó encantados a ambos
(La opera prima de un primo de ella que acababa de ganar el Festival de Lima),
nos invitó a su casa, y ante la negativa – más de ella que mí -, nos ofreció
una gran sonrisa que nos invitaba sin compromiso a sentarnos por un momento
junto a ella. Al parecer ella acababa de bañarse, sacudía por ratos su cabello
y se lo peinaba poco a poco, como si tuviera toda la tarde para realizarlo. Nos
preguntó por la película y por las demás que habíamos visto antes. Nos confesó
que alguna vez tuvo la idea de invitarnos, pero nos vio tan inmersos en un
debate cinematográfico que no quiso acercarse a saludar. Tomábamos sorbos del
vaso de agua que cada uno pidió. Solei jugaba con el perro que hace 4 años
tiene de mascota y nos iba hablando del proyecto radial que había empezado
meses atrás.
En ese momento se nos ocurrió cocinar para liberar las
asperezas y porque, al fin y al cabo, una parrilla de chuletas de vez en cuando
es agradable para una conversación entre amigos. Ella a veces me miraba de
reojo pero no decía nada porque no estaba en su casa. Poco a poco le fue
perdiendo el miedo a Solei y empezaron a tutearse y tratarse como mejores
amigas del colegio. Destapamos un vino y me botaron de la cocina porque
prepararían un postre para la ocasión. Me acerqué al balcón que daba hacia una
calle de las más transitadas de la ciudad, pero que tenía una vista
privilegiada de la puerta del cine. Cogí mi copa y me pregunté: ¿Por qué es que
a mí no me fue difícil entablar amistad con ella? Y recordé, en seguida, los
encuentros previos con Solei como compañeros de facultad.
***
La primera sonrisa que me lanzó mientras comíamos fue cuando
me contaba cómo se les habían caído las papas al estar pelándolas porque
estaban calientes. La miré a los ojos medio estúpido no sé si por el vino o por
su mirada. Nadie,ni yo, se dio cuenta de mi cara porque solo estábamos los tres
y ella estaba detrás de mí. Solei y ella se dispusieron a lavar los platos y yo
volví al balcón con mis preguntas existenciales. Miré hacia una esquina y
recordé como el primer día de clases toda la promoción se puso de acuerdo para
ir a un restaurante de comida china a integrarnos como horario. Bailamos y tomamos
toda la noche, pero nadie acabó mal. No peleamos y nos conocimos un poco a
fondo todos los que estábamos involucrados en el tema. Como es de esperarse en
grupos grandes, la mesa se partió entre los que se conocían, los que hacían
amigos y Solei y yo que empezamos a hablar de los horarios de curso o de las
materias que tenía que llevar. Desde ese momento me fascinó pero yo ya estaba
de enamorado de ella y no podía terminar así por así con ella. Pero lo cierto
que es que me reprimí. De vez en cuando quise “presentarme” como el buen
partido, pero dije que los puedo maltratar porque en la guerra y en el amor
todo se vale.
Ella al final se cambió de universidad y desde entonces dejé
de verla. Tiene una cara linda, simpática, guapa y que, además, es inteligente
y no profesaba de saber mucho sino que se dejaba enseñar para luego hacer.
Empezó a trabajar y le perdí el rastro. De vez en cuando la veía y siempre
tenía el mismo sentimiento de que algo pudo ser, pero no fue. No me remordía la
conciencia, pero las posibilidades son correctas.
***
- Cuando ella lavaba los platos, Solei se acercó a la ventana
a preguntarme qué le había faltado al plato.
- Nada – le dije
contento por la invitación -.
- Qué bueno, me agrada que te haya gustado.
- Oye, Solei – comencé a hablar dubitativo y
mirándola a los ojos -, ¿Cuál es el momento indicado para confesar algunas
cosas?
- ¿Algo con la ley?
- - No, no. Algo más de palabra, tengo que hacer
unos negocios con unos amigos.
- - Yo no sé cuando se confiesan las cosas, depende
de cuanta gente salga afectada…
- - Pero si es el mundo de dos personas – traté de
convencerla otra vez, mirándola a los ojos – ¿sería correcto explicarle a los
implicados de una decisión?
- - Me miró a los ojos y dijo: No lo sé, pero por
ahora no quiero saberlo.
- - ¿Ni siquiera aunque te cambie la vida
- Por ahora no lo quiero saber.
- Por ahora no lo quiero saber.
Y llegó ella para volvernos los pies en la tierra y abrazarme mientras Solei esquiva la mirada y piensa en lo que no es. Pero podría ser.
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