El dueño del cerro


Ellas bajaban las faldas del cerro a toda velocidad que solo podían oír el ruido de las rocas cayendo. Sus zapatos, antes negros, se estrellaban contra el suelo, levantando polvo, pateando piedras y uno que otra vez patinando encima de piedrecillas. Los tunales no les impedían bajar; mas bien, les delimitaban el camino entre el cerro y la quebrada. Todas a un ritmo bajaban como si estuvieran el los tiempos el "Inga". Detrás de ellas se escuchaban chillidos ensordecedores como de cientos de aves que volaban contra ellas. Yo las miraba de mi azotea, como si se tratara de un espectáculo, como si el cerro dorado fuese un recinto de esparcimiento para colegias que simplemente subieron para ver mejor la ciudad y desafiaron al dueño de casa, del cerro. Desafiaron al Águila y alguien tenia que pagar las consecuencias.

Cuando empecé a escuchar sus gritos más claramente, me alejé del techo, baje al depósito y esperé al animal con la escopeta en las manos.

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