Emilio caminaba sudando como todos los viernes por los jardines, buscando un lugar donde encontrar un tomacorriente triple para conectar su notebook. Arrastrando los pies de cansancio y sin dejar de mirar el suelo se deslizaba entre las veredas de la universidad.

A lo lejos, y casi al instante en que levantó la mirada, divisó una pequeña mujer de cabellos medio dorados. La recordaba de alguna reunión donde compartieron ideas y puntos de vista. Le caía bien aunque siempre la había visto con la nariz alzada e ignorando la presencia de los demás.

- A ver pues, qué pasa.

Levantas la mirada como si estuvieras a punto de conocer a un personaje importante y te dispones a saludarla, mírala, mírala para que ella sienta tu presencia y te devuelva el saludo, para ver si deveras te saluda cuando te saluda. Mírala pasar cuando ella camina a tu lado y ni siquiera levanta la mirada, ella sigue hablando y tu, cual idiota desubicado, tienes que recoger tu mirada de sus cabellos medio dorados y seguir tu camino porque no quiere saludarte, porque no dependes de su saludo y porque - quieras o no - me llega altamente la gente hipócrita.