Imagen by Ezra Arcia

La ciudad negra como siempre, las luces apenas nos dan la noción de que algo afuera nos aguarda y estamos desprotegidos a tal punto que no podremos escapar si algo salta sobre nosotros.

Las lunas empapadas, somos quince o veinte personas dentro de una misma sala. Algunas comen, otras ríen, otras teclean algo en su ordenador y otras mienten una sensación de tranquilidad. Si me escucharan, tal vez me tendrían más temor que a la escopeta recortada que está en mi maleta. Ellos llegan.

Su carro es un Ford Focus del año. Se sientan y piden dos cafés y un club sandwich. Hoy no me bañé, debo apestar porque nadie se ha sentado en las mesas del costado. Ella lleva una falda roja y un saco negro. Como si luego de esta informal reunión pudiera salir a divertirse un poco. Él la mira y alardea un poco acerca de ser el elegido por esa mujer para salir a tomar un café. Algunos carros pasan por la avenida, apenas se escucha el rumor de las llantas al rozar con el asfalto. El café llega un poco retrasado. El dedo meñique de la mujer se estira, el rictus de sus labios la vuelva aún más deseable. Embelesado él no deja de mirar a su rostro. Ella lo mira y le sonríe. Como le puede sonreír a un extraño o a un amante. No como le sonreiría a su marido. No tan fríamente como me sonríe a mi.

El mozo grita que en diez minutos cierran el local y mucha gente empieza a salir rápidamente por la vorágine que se aproxima desde mis entrañas. Ellos siguen tranquilos, como si nadie hubiese dicho nada. Se cogen de las manos. Por estos lares nadie podrá encontrarlos.

Cuando solo quedamos los tres en el recinto cojo maletín y lo abro. Cojo los libros que dejé sobre la mesa mientras esperaba para guardarlos y saco mi arma. La escopeta recortada. El mozo no se atreve a entrar porque sabe que esta es una cuestión personal. Ella mira de reojo y no se da cuenta de que no tendrá nunca más esa sonrisa en el rostro. Esa sonrisa fría.

Se paran y yo escondo el arma en mi espalda, ambos llegan al Ford, él le abre la puerta y ella le devuelve el gesto con un coqueteo. Da la vuelta al carro rápidamente porque si algo saltara sobre él ahí afuera, no podría escapar. Cuando logra abrir la puerta hasta el límite, yo presiono el gatillo. Nadie grita. Nadie llora. Ella se ha quedado mirándome y el ya no puede mirar. Le quito las llaves, enciendo el carro. Ya no importa que le dispare a la mujer. Dirijo el carro hacia el sur y por un momento creo que alguien nos ha visto, tal vez luego pueda volver por él.