San Francisco de los Inocentes (Parte 1)

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Vestidos del mismo color de su piel, los encargados de la funeraria transportaban a don Anselmo hacia el cementerio de la ciudad. La lluvia no era impedimento para las exequias de tan magnifico hombre, todos asistieron a su sepelio y poco les importó las lágrimas del cielo mientras seguían al féretro, mas bien creían que se trataba de un homenaje del propio Dios hacia su tan digno hijo.

San Francisco de los Inocentes era un pueblo demasiado pequeño, pero demasiado rico a la vez. Era tanta su riqueza que no sabían como escoger al alcalde ni mucho menos, cómo utilizar las riquezas que obtenían del Estado por medio del canon minero. Habían sido tantas las gestiones municipales que nunca se logró mejorar el pueblo y solo se acumulaba y acumulaba riqueza. Las calles se llenaban de polvo y de tristeza, aun cuando sus habitantes ostentaban lujos y ornamentos. En resumidas cuentas, nunca hubo un caudillo, un líder, un hombre hecho y derecho que pudiera llevar al pueblo a lo mas alto.

Don Anselmo Salvatierra llegó a trabajar a la minera Orogani cuando tenía 17 años y desde esa edad le tuvo afecto a la ciudad de los Inocentes. Aunque nunca podían bajar porque el trabajo era muy exigente, Anselmo se quedaba en las faldas de un cerro colindante a la mina, observando como poco a poco las luces se iban apagando y solo quedaba la plaza iluminada y desierta.

La primera vez que pudo bajar al pueblo fue en fiestas patrias, cuando toda la ciudad se empeñó a arreglar las calles y colgar banderas y cadenetas blanquirrojas. La minera estaba en inspección y los trabajadores tenían permiso de abandonar el campamento dentro de las treinta horas de revisión de las instalaciones y maquinarias. Su alegría fue tanta que se quedo sentado en la plaza luego de la cena hasta que se quedó desierta y solitaria como solía verla desde el cerro.

Esa noche decidió dejar la minera. No fue fácil, su contrato le obligaba a trabajar hasta el mes de septiembre, si no se le descontaría el veinticinco por ciento del sueldo total, lujo que cuando entro a trabajar no podía darse, pero sus sueños fueron más y bajo de la mina para quedarse en el pueblo.

Durante dos años trabajo de tendero, de albañil, de vendedor de agua potable - ya que el pueblo no tenía conexión directa - o simplemente haciendo los recados de cualquier persona. Poco a poco se hizo conocido como el chico que dejó la minera. Nadie se puso a pensar que cada paso que daba en la vida ya estaba escrito en la historia de la futura ciudad.

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