El hijo de la guayabera


Risueño, como si la miel de Afrodita lo hubiera bañado de pies a cabeza, así caminaba Juan Pérez por Larco, con su maletín marrón ofreciendo volantes sobre las ultimas novedades de la librería Solier. Desde hace quince años su vida era igual, ese estigma de alegría le había marcado la cara, como al Joker. Si lo vieran ahora como se le llenan los ojos cuando recuerda el primer sueldo por repartir volantes, seguro no lo podrían creer.

Él empezó ayudando a asu viejo, que era uno de los principales empleados de la libería. Con afán, desde muy pequeño, ordenaba los libros por su color y por el tamaño; luego por idioma, por tipo de autor, por tipo de argumentos hasta que a los dieciséis ya conocía la tienda de pies a cabeza. Su destreza con los libros era fenomenal, incluso con los que recién salían al mercado y llegaban como exclusivas a Solier. Fue ahí cuando recibió su primer sueldo, y hasta hoy se le salen las lágrimas.

Me comentaba la noche que lo conocí que desde que tiene uso de razón se vio rodeado de libros. Su padre lo llevaba al trabajo después de la escuela y, luego de los deberes, Juan asomaba su cabecita por lo libreros para encontrar esas raresas que tanto lo apasionarían despues. Aunque no concibía su valor preciso, desde los 9 años pasaron por sus manos de arreglista libros de Borges, Bennedetti, Joyce, Saramago y él con simpatía de bibliotecario los ordenaba segun su color o grosor.

En su adolescencia se interesó por descubrir una especie de novela que más le intrigaba. La novela erótica. Así poco a poco se deslizaba en los pasillos para rebuscar, entre enmohecidas paginas, parajes que le manifestaran una leve erección al leerlos. Pero no le encantó.
Por otro lado, se dedicó más al estudio de la filosofía y es que, como paraba todo el día adorando las letras, se puso a pensar en él. Descubrió a Sócrates y Platón, a los pragmatistas y a los positivistas y en medio de tanta idea suelta decidió quedarse a vivir en Solier.

Pero la crisis de los años 80 se trajo abajo al negocio de los Santisteban - Solier por apellido de una abuela - que se quedaron sin capital cuando les quitaron un fundo que tenían en Lambayeque. Juan Pérez miraba al piso cuando Eugenio Santisteban puso un letrero en la puerta. El precio de su desesperacion. Se vende.

Desde ese día se puso a repartir volantes con: "Por venta de local de la librería Solier, remate de libros". Sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que vendían a Joyce a diez mil intis, cuando vendían a Cortázar a cinco mil intis, solo lo escencial para vivir, para sobrevivir.
La verdad es que no aguanté.

Sumido en una seudodepresion decidió - casi estúpidamente - conseguir un préstamo para comprar el local de solier, con libros incluidos. Me quedaría sin letras para mencionar todos los ceros de la cifra que le dieron, estaba endeudado de por vida por un tonto préstamo. Se moriría de hambre y quizás pensaba que las hojas de los libros lo iban a alimentar, casi fue asi.

Tanta preocupacion había hecho que los noventa llegaran al instante. Sus estragos fueron devastadores para todos, menos para los libros de Juan Pérez. No le cambió el nombre a la librería y con bandas y cohetes inauguró una nueva era en su vida, el 03 de abril del 92. Su vida empezaría a florecer. A los dos días un presidente oriental dio un autogolpe al régimen, instaurando su dictadura. Muchas personas estressadas discurrian todos los días por Solier para cambiar de ambiente en sus cabezas.

Nada puede ser perfecto y cuando menos se lo esperó las canas ya lo acosaban y sufrió un accidente bajando al vestibulo. Cuatro meses aislado del negocio hicieron que todo se derrumbara. Los Santisteban le pusieron otra vez el ojo al local de Larco y pagaron todos los gastos de la operacion, de la de Juan Pérez y la del local.

Por tercera vez en la historia se inauguraba el Solier. Fue el año pasado. Ahora se ve un Juan Pérez más cauteloso en la vitrina de administrador del local donde creció, se vocea que Fujimori ganrá la proxima semana en las elecciones. Y a mi qué, me dijo, con tal que nunca falten lectores aquí no hay problema. Poco a poco la voz se le iba apagando.

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