La buena muerte

Imagen by Lograi

La mano le tiembla una vez más, suelta el pincel y una mancha blanca se dibuja en el suelo. Una vez más Simón se agacha a recogerlo, lo deja en la mesa reumática que se equilibra al lado del caballete y se para.

De pronto la habitación se le cae para un lado y trata de mantenerse tranquilo, equilibrarse y dejar que pase una vez más, no lo puede controlar. A tientas y con riesgo a dejarse llevar por la pendiente se dirige hasta la cocina en busca de algún estropajo o servilleta que le ayude a limpiar el pequeño desastre. Se aferra al suelo y se deja llevar por sus vaivenes. Si va en contra de ellos se caería hasta el fondo de la habitación donde un cuadro de Sabogal intenta caerse por el movimiento. Tropieza y se va bruces al suelo. No sabe si es porque la habitación se está cayendo o porque un pedazo de madera le ha jugado una mala pasada.

Al voltearme contemplo la mancha blanca como si tuviera vida propia, se expande como si de algún lugar le echaran más agua a la pintura. La blancura empieza a arrasar con todos lo objetos de la habitación, no importa que se vayan cayendo hacia el nuevo punto de gravedad. Volteo hacia el otro lado y la veo allí, inamovible, como suspendida en el aire. La reumática mesa se ríe de mí, ella todavía tienes años para darle al oficio. Mi última pincelada se cayó al suelo y ahora está inundando toda la habitación. Todo blanco, todo limpio, tan callado y de pronto una voz me dice: 'bienvenido'.

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