Sueños eternos


Cuando Catalina abrió el portón no encontró a nadie leyendo en el patio delantero. Detrás de ella Noelia cerró la puerta y se quedó parada a su lado, también sorprendida.

- ¡Abuelito, levántate ya!

Nadie respondió desde al sala y sintió que la saliva le escurría por dentro de la garganta. El vacío se estaba formando.

- ¿Abuelito?

Ambas entraron rápidamente a su cuarto y lo encontraron durmiendo. Catalina como siempre cogió su mano y esta dócilmente se dejó atrapar. No había movimiento. No había calor.

- Noelia - tembló al hablar-, creo que el abuelito se ha muerto.

Noelia no creyó. Toco sus pies y la palidez se le contagió en el instante. Corrieron. Esas noticias tienen que llegar rápido a los oídos de la gente.

Dos jóvenes corrían por la plaza del barrio de Calvario hacia Mollecruz. Y en el suelo y en el aire lagrimas y llantos se iban camuflando.

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